Cuando los trasplanté en diciembre apenas eran dos palitos desnudos de veinte centímetros.
Fue un regalo inesperado de la asociación Plantamos árboles, en el marco del VI Encuentro de la Red Española de Aprendizaje-Servicio.
Sinceramente, no sabía quién era el señor Olmo y quién era el señor Fresno. Ojalá no se me mueran en la terraza, pensé. Los fuí regando de vez en cuando, cuando veía demasiado seca la tierra de la maceta.
Hace un mes uno de ellos empezó a brotar… mientras el otro seguía imperturbable. Al poco, me di cuenta de quién era quién. Bueno, eso creo. Me parece que el precoz es Olmo. Tan pronto decidió que empezaría a sacar hojas, se puso a la faena con gran entusiasmo.
Fresno parecía seco o muerto, al lado de su compañero. ¡Pero no! Hace una semana despertó de su letargo, y cada día se despereza un poco. Va más lento que Olmo, pero va.
Me recuerdan a mis alumnos. Unos son rápidos, se entusiasman fácilmente y tiran millas. Otros parecen meditarlo más. Incluso te planteas si realmente conectan con lo que les quieres transmitir… ¡Uf! -piensas- ¿servirá de algo?
Pero… ¡zas! Un buen día, los chicos y chicas Fresno deciden que ya es hora y empiezan a brotar.
Aunque los estudiantes Olmo son muy gratificantes, por su respuesta tan inmediata, la verdad es que también tiene su encanto esperar a ver qué pasa con los estudiantes Fresno.
Los profes somos a veces bastante impacientes… y nos olvidamos de las muchas velocidades que hay en las autopistas de las aulas.