Las croquetas son un símbolo para mí.
Mi hija me envió una foto de las que acababa de elaborar.
Maravillosas croquetas. Versátiles e imaginativas, demuestran que sacar partido a lo que ya tenemos es un ejercicio de creatividad, en lugar que buscar algo nuevo con obsesión snob.
Me ha causado sorpresa y tristeza esta noticia sobre los alimentos que tiramos a la basura por no saberlos aprovechar. Es casi un pecado. O sin el casi.
Y creo que en la vida tiramos por la borda muchas más cosas «croquetables» y no sólo comida.
¿Quien no recuerda, frente a un cambio político en una institución, la prisa apisonadora de los recién llegados por borrar sin filtrar lo que hicieron «los otros»?
¿No hicieron nada, absolutamente nada útil que se pudiera aprovechar, nada de valor? ¿De dónde sacan los dirigentes novatos la insensibilidad de tirar por la ventana el trabajo de profesionales y técnicos frecuentemente mejor preparados que ellos mismos?
Me atacó un subidón de orgullo materno cuando vi las croquetas de mi hija. Sí, señor: ¡croquetas, picadillo para los macarrones, relleno de los canalones, pan duro para rallarlo, para la sopa de tomillo… hasta el agua de hervir verdura para regar las plantas!
No es sólo una cuestión económica, es también de respeto hacia las personas, hacia su trabajo y hacia las cosas. Aprovechar es también una concepción de creatividad que se aleja de la egolatría.
Un deseo: ¡Ojalá aprendamos a pasar por la picadora los trozos duros de nuestra historia para elaborar sabrosos recuerdos y golosos proyectos!