Se están multiplicando las experiencias de colonias en familia y esto es una muy buena noticia.
Ciertamente, la crisis puede haber influido bastante a la hora de optar por este tipo de vacaciones, más económicas que la estancia en un hotel o apartamento convencional.
Pero creo que lo más interesante no es el ahorro económico, sino que estimulan una manera de vivir alternativa al egocentrismo. Diferentes familias comparten tiempos y espacios, la mesa del comedor, las tareas mínimas para asegurar la convivencia, el descanso nocturno. Salen juntas de excursión, juegan, conversan, descubren, traban amistad.
Acaban compartiendo un mínimo de criterios comunes para educar a los hijos, puesto que este acuerdo, aunque sea de mínimos, es imprescindible para convivir unos cuantos días.
Además, la casa de colonias o el campamento son entornos austeros. No hay bar, televisión, videoconsolas. La mirada deja de pasar pantallas para observar la naturaleza que se extiende alrededor. Cobran protagonismo los bosques, las nubes, los animales, las estrellas… y lo disfrutamos juntos.
Los que tuvimos la suerte de vivir este tipo de vacaciones compartidas cuando nuestros hijos eran pequeños o adolescentes, guardamos un recuerdo bellísimo.
Hay que felicitar a las entidades que promueven estas iniciativas, como la Fundació Pere Tarrés y la Fundació Catalana de l’Esplai. Ojalá puedan explorar y desplegar a fondo sus posibilidades educativas. Con crisis o sin ella, necesitamos reaprender a compartir.