Ver mejor es el nombre del proyecto de aprendizaje-servicio que hemos visitado esta mañana, impulsado desde el 2001 por la Escuela Técnica núm. 3 María Sánchez de Thompson, en Buenos Aires.
En síntesis, los alumnos de formación profesional de ciclo superior en Óptica, como prácticas de sus estudios, fabrican gafas graduadas y las ofrecen a las personas con escasos recursos económicos.
Consiguen monturas, aprovechan todos los elementos posibles, ajustan las lentes según las recetas de los oftalmólogos y organizan un servicio de óptica con atención al público en la misma escuela.
El proceso forma parte  del compromiso de la escuela con el entorno, y los conocimientos y habilidades que los estudiantes obtienen están estrechamente vinculados con el currículum.
Sin embargo, cuando hemos preguntado a los estudiantes cuál es a su juicio el aprendizaje más destacable de esta experiencia, lo primero que han citado es la relación con las personas atendidas. Para nosotros son pacientes y no clientes, precisaba una de las estudiantes.
Algunos académicos interpretarían que esta competencia pertenece al pelotón de las «blandas» y hubieran preferido referencias a las «duras», o sea las que se identifican como más «profesionales» y se concretan en asignaturas, exámenes, notas y ránkings.
Estoy hasta las narices de esta estúpida división entre competencias blandas y duras. Porque no es verdad. Es mucho más duro, difícil, complejo y delicado saber tratar a un paciente que ajustarle técnicamente las lentes graduadas.
Los estudiantes lo saben o lo intuyen, por eso nos respondieron con sinceridad desprovista de esnobismo. Un buen profesional necesita competencia social o no es un buen profesional.
El profesorado de esta escuela técnica también lo sabe y por eso este proyecto, nacido de la crisis argentina del 2001 se ha prolongado y consolidado hasta hoy, recibiendo además uno de los premios presidenciales en el año 2011.
¡Magnífica lección la que hemos recibido hoy!