El domingo pasado fuimos a escalar la vía Balbino López Méndez de Montserrat. Sube a La Paparra («la Garrapata»), una de las más de 800 agujas del macizo.
No es muy larga ni muy difícil, pero sí bonita y entretenida.
Siempre que voy a Montserrat me divierte identificar los monolitos por sus curiosos nombres, muchos de ellos bien merecidos: L’Elefant, la Mòmia, la Panxa del Bisbe, el Lloro, la Prenyada… aunque en el caso de la Paparra cuesta imaginar dónde se inspiró el que la bautizó.
Cuando era monitora de colonias y campamentos, nos inventábamos una toponímia cuando a determinadas zonas que frecuentábamos el mapa no les atribuía ningún nombre.
Así, nombramos «la pradera de los búfalos» a un prado anónimo dónde solíamos ir a jugar. Durante largo tiempo se mantuvo el nombre. No sé si a día de hoy sigue vigente. Lo que es seguro es que nunca se paseó ningún búfalo por allí.
Los nombres de las vías de escalada son otro cantar. Hace muchos años era costumbre ponerles el nombre de las personas que «abrían» la vía. Actualmente también se bautizan con nombres más o menos imaginativos, divertidos o incluso escatológicos. ¡Hay para todos los gustos!
Pero los escaladores que crearon la vía Balbino Lopez Mendez quisieron rendir homenaje a un compañero que falleció en el 2011, pusieron su nombre a esta vía y dejaron sus cenizas en el Gra de Fajol, una cima del Pirineo, bien alejada de Montserrat.
No se me ocurre para un montañero mayor homenaje ni más sencillo que éste.