Estoy un poco hasta las narices de los mensajes apocalípticos sobre lo mal que está la educación, lo inútiles que son las escuelas, lo mal que lo pasan los pobrecitos niños y lo anticuados que están los maestros… ¡ya está bien!.
Hacer discursos demagógicos suele proporcionar alguna satisfacción cuando tienes delante un público dispuesto a interpretar que las críticas negativas tienen más profundidad que las positivas. Es la vieja historia de que quien se queja tiene razón.
Pues no señor. He pasado tres años viajando por el paisaje educativo español, y no ha habido ocasión en que no haya vuelto a casa con una sobredosis de ilusión y de optimismo por todo lo que había descubierto.
Hay escuelas fantásticas (¡y hay que decir que muchas de ellas incluso son bastante tradicionales!). Hay proyectos educativos increíbles de bien pensados y estructurados, aunque lamentablemente son muy desconocidos.
Hay maestros que viven con pasión y autenticidad su rol de educadores. Personas que se dejan la piel para armonizar calidad y equidad, para no dejar ningún alumno fuera de circuito, para conseguir éxitos y despertar el amor a la cultura y a la civilización.
Y no son una minoría. Lo que ocurre es que hace más ruido un árbol cayendo que cien creciendo, como dice el refrán. La incompetencia y la obsolescencia son más llamativas y resultonas.
¡Claro que hay escuelas espantosas! También hay hospitales terroríficos y museos mal montados. Pero, francamente, creo que lo que nos falta es hacer visible lo que funciona, porque de despotricar ya sabemos un rato, y generalizar no es justo.
Mañana me voy a Argentina, a alimentarme con los 21.536 proyectos de 13.500 centros educativos. ¡Más de cien árboles creciendo! Será en el 15º Seminario Internacional de Aprendizaje-Servicio, el evento anual que te recarga las pilas y que funciona, sin duda, como antídoto al pesimismo desmovilizador.