Se va al Nepal por un mes y medio. Se lo puede permitir, porque su trabajo actual tiene estas cosas: horarios y calendarios bastante peculiares que dejan grandes espacios entre períodos intensivos.
También se lo puede permitir porque ha ahorrado y no busca grandes comodidades. Pero, sobretodo, puede hacerlo porque su mundo ya es el mundo entero, sin demasiadas fronteras infranqueables.
Un mundo de distancias más cortas y amistades más diversas que el que teníamos nosotros a los veinte años. Un mundo con muchos más referentes cercanos, a pesar de los abismos y las desigualdades.
Se va a las montañas, mejor dicho, a la «montaña de las montañas» que es el Himalaya. No va a escalarlas, sino a dejarse atrapar por ellas, a sentir su magia.
Y también se va a aprender cómo resolver el día a día en un hospital rural. Eso, exactamente, no lo enseñan en la carrera. Y tampoco se aprende en nuestro -a pesar de la crisis- confortable entorno occidental.
Vuela. Por eso me gusta esta foto de cuando era pequeña, abrazada y sumergida en una piscina de pelotas de colores. Creo que es un símbolo y fue una premonición.