Me gustaría que la idea de laicidad no se asociara tan facilmente a anomia.
Lo que quiero decir es que, frecuentemente, la manera como se concreta la opción por la laicidad es despojando a unos y a otros de cualquier elemento (velos, cruces… ) que exprese sus creencias personales. «Cero símbolos» acaba siendo la consigna mágica de la neutralidad.
Pues no estoy segura, la verdad, de que este sea el mejor camino. No creo que «mostrar» sea lo mismo que «adoctrinar». Si prohibimos a las personas que muestren símbolos religiosos porque creemos que con sólo verlos ya están adoctrinando, me da la impresión de que va a ser un poco difícil educar en el respeto a la diversidad. ¿Cómo vamos a educar en el respeto a algo si este algo lo ocultamos?
Pero, por otro lado, entiendo y comparto la postura de los profesores de instituto que optan por prohibir a los estudiantes el uso de determinados símbolos (como las gorras identificadoras de pandillas o tribus urbanas más o menos agresivas) en el centro educativo, porque han comprobado que desatan situaciones conflictivas innecesarias y desgastadoras para todos.
Y creo que no son tolerables determinados símbolos como la cruz gamada u otras manifestaciones antagónicas con los derechos humanos. ¿Tal vez la dificultad está en que para algunas personas la cruz gamada es igual de ofensiva que la cruz de los cristianos?
No, no lo tengo nada claro. Suena un poco «happy» e ingenuo, pero me gustaría que no representara un problema la expresión de creencias diversas, dentro del marco ético de los derechos humanos.
Hoy me han impresionado los proyectos y los videos que difunde en esta noticia Canal Solidario, sobre cómo acercar a los jóvenes israelíes y palestinos: para comprender el conflicto, hay que hablar abiertamente de él, no esconderlo.
Y he recordado aquella anécdota del palestino musulmán que el 25 de diciembre saludó a un turista extranjero en Jerusalén con esta frase: ¿Es usted cristiano? Pues entonces, ¡feliz navidad!