Conocí a un chico que a los 25 años todavía no había encontrado nada que le gustara lo suficiente como para querer dedicarse profesionalmente, ni que fuera una corta temporada.
Recuerdo las conversaciones que teníamos él y yo a ratos, en la mesa de la cocina, tomando un café. Le gustaba el fútbol, la música y el cine, pero si acaso como consumidor, no para producir algo. No le gustaba nada de lo que había estado estudiando, tampoco ninguno de los efímeros trabajitos que había tenido hasta el momento. Estaba desorientado, vacío… y no demasiado preocupado por ello.
En su caso, afortunadamente para él, no se daba ninguna situación de precariedad o de riesgo de exclusión social. Vivía en una burbuja de desinterés y se estaba acostumbrando a dejar que la vida le resbalara suavemente sin implicarse en nada, despojado de estímulos.
Confieso que, aunque me esforzaba en comprenderle, no lo conseguía. A mi me había pasado justo lo contrario desde que era pequeña. Me despertaban la curiosidad muchas cosas diferentes. Me atraía la ciencia y el arte, la naturaleza y la cultura. Bueno, esto tiene ventajas, porque siempre encuentras algo que te gusta y no te aburres nunca. Aunque a la larga, también tiene sus inconvenientes, porque eres incapaz de profundizar en nada.
Pero creo que, aun a riesgo de tener que picotear previamente aquí y allí, hay que acabar cultivando un poquito de pasión por alguna cosa. Me refiero más bien al por hacer alguna cosa, no sólo por consumirla. Pasar del esto más o menos me gusta al esto me identifica: haciendo esto soy feliz, estoy en mi salsa… o, como diría Ken Robinson, en mi elemento.
Y creo también que para descubrir una pasión vital es clave el testimonio de las personas que ya la han encontrado. Por ello celebro muchísimo la iniciativa Premiados y escuelas de la Fundación Princesa de Girona. Se trata de un proyecto piloto que pone en contacto a los estudiantes de secundaria, formación profesional y bachillerato con jóvenes premiados por esta Fundación en temas tan diferentes como la química computacional, la robótica, el arte, la música, las matemáticas, la emprendimiento o el ámbito social.
Son Edgar Vinyals (Premio FPdGi social 2012); Sílvia Osuna (Premio FPdGi Investigación Científica 2016); Alberto Enciso (Premio FPdGi Investigación Científica 2014); Andrés Salado (Premio FPdGi Artes y Letras 2016); Samuel Sánchez (Premio FPdGi Investigación Científica 2015); Guadalupe Sabio (Premio FPdGi Investigación Científica 2012); Mohamed El Amrani (Premio FPdGi Social 2014); Ignasi Belda (Premio FPdGi Empresa 2014); Pere Barris (Premio FPdGi Investigación Científica 2011); Felipe Campos (Premio FPdGi Social 2013) y Hugo Fontela (Premio FPdGi Artes y Letras 2014).
Once jóvenes que tienen el cometido de despertar la curiosidad y, sobretodo, despojar de desgana, a los desorientados.